SALUDO DEL ALBA

¡Cuida bien este día! Este día es la vida, la esencia misma de tu vida. En su breve transcurso se encerrarán todas las realidades de tu existencia: el goce de crecer, la gloria de la acción y el esplendor de la belleza. El ayer no es sino un sueño y el mañana una visión. ¡Cuida bien, pues, este día!


(Tomado de un texto en sánscrito).

sábado, 25 de septiembre de 2010

LA COLUMNA ERGUIDA (2)

EL MILAGRO DE LA HERMOSURA

De la hermosura que colma los sentidos y obnubila la razón, que es una liberalidad de la naturaleza, parece una cursilería hablar en un mundo cercado por el desastre como el nuestro, a pesar de ser uno de los bienes más codiciados del hombre. Porque la belleza se filtra en casi todos nuestros anhelos y podría decirse que está presente incluso en los paroxismos de nuestra sangre y en las cúspides de nuestro horror.
Pero más allá de todo, quizá nuestra aptitud para percibir la belleza no tenga otro objeto que estimular nuestra vitalidad, pues aunque no nos sea tan imprescindible como el aire o el agua, qué deprimente hubiera sido nuestro paso por esta tierra sin los arrebatos que la hermosura provoca en algún no preciso lugar de nuestros cuerpos. Y sin su norte qué pálidos habrían sido nuestra sensibilidad y nuestros conceptos sobre el orden y la armonía.
No resulta extraño pues, que la belleza no haya escapado al mercado de la milagrería que promete poner fin a lo que los poetas llaman "la tristeza de la carne", es decir, el paso inexorable de los años que arrasa la gracia de nuestros cuerpos y nos convierte en un colgandejo marchito, en un espectáculo de decrepitud. Y en este mundo todos queremos larga vida, belleza eterna y perpetua felicidad. Y para hacerlas posible, gentes emprendedoras y de buen corazón, preocupadas por ahorrarnos el suplicio de la decadencia, se han ingeniado la moda, los spa, los gimnasios, los polvos, las cremas y las cirugías: una colosal parafernalia que la industria cosmética y el ser hermoso ofrecen a una multitud frenética que se niega a envejecer, a ser fea y a morir. Un arte que se afirma en la resurrección, la juventud y el exterminio de las arrugas y los estragos de la muerte en vida pues para muchos no hay mayor oro que el de la hermosura porque con él los otros oros se pueden conseguir.
Resultará atrevido pero no falso, afirmar que el dolor insuperable de vivir que nos ha azotado a lo largo de la historia y que hemos tratado de aliviar con cataplasmas de todas las ideologías, las utopías y los sueños, ha tenido un innegable alivio en el bálsamo de la belleza. La belleza que se nos da sin pedirnos nada y que al dársenos nos concede el don de la fascinación.
Los griegos nos dejaron una incomparable metáfora sobre el poder de la belleza. Nos cuentan que tres diosas del Olimpo (Era, Palas Atenea y Afrodita) no contentas con ser diosas se empeñaron en obtener la manzana de oro como premio a la más bella entre ellas. Zeus mandó llamar al troyano Paris para que zanjara el conflicto.
Pero volviendo al mundo de los mortales y para terminar, también a mi entender el amor no es otra cosa que un persistente anhelo de belleza. El inagotable deseo de perdernos en la belleza del ser amado, porque no olvidemos que mientras más amor le profesamos, más hermoso es a nuestros ojos. Y como el supremo sueño del amor es llegar a fundirnos con quien amamos para ser en uno con él, también es nuestro sueño poseer su belleza para terminar convirtiéndonos en ella.
Paris dijo que la más hermosa era Afrodita y ella, como generosa diosa del amor, le prometió darle el amor de Helena, la mujer más hermosa de la tierra, lo cual dio origen a la guerra de Troya o Ilíada como la llamó y cantó tantas veces el sempiterno Homero. Así pues, la causa primera de aquella guerra que los poetas y mitólogos han hecho imborrable en la memoria de los hombres, no fue otra que el anhelo de belleza de tres diosas. Porque según se desprende de esta historia, ser hermoso es un don que han perseguido hasta los dioses, que son eternos, todo lo pueden y nada tienen que temer. 

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